Los resultados de la investigación Entre sueños y retos, adelantada por Uniminuto, nos revelan un retrato de los estudiantes de hoy: jóvenes llenos de aspiraciones, pero también cargados de miedos e incertidumbres. Sus respuestas dejan ver tanto la felicidad de aprender y construir su vida, como la presión económica, la fragilidad de la salud mental y la dificultad de proyectarse con confianza hacia el futuro. Una generación que, en medio de la inmersión digital y el entusiasmo por la inteligencia artificial, pide a gritos acompañamiento, sentido y esperanza.

Ante este panorama, la tentación sería detenernos en los déficits: la ansiedad, el cansancio, la falta de recursos, el miedo al fracaso. Sin embargo, la verdadera tarea de la educación no es diagnosticar las carencias, sino proyectar caminos de posibilidad. Y aquí resuena la enseñanza de un gran maestro de la educación colombiana: el padre Diego Jaramillo Cuartas. Escuchándolo hablarle a un grupo de jóvenes en formación sacerdotal en días pasados y en general a muchos de nosotros que estábamos allí a su alrededor atendiendo lo que nos comunicaba, su vida nos recuerda que educar no es solo transmitir conocimientos, sino sembrar esperanza, abrir horizontes y creer en la capacidad transformadora de cada ser humano. Desde el corazón de un maestro como él, la investigación sobre los sueños y retos de nuestros estudiantes deja de ser un listado de problemas y se convierte en una invitación. Cada porcentaje de jóvenes con miedo es también una oportunidad de formar resiliencia. Cada estudiante que confiesa falta de pasión es un llamado a ayudarlo a descubrir su vocación. Cada dificultad económica, un desafío para innovar en solidaridad y acompañamiento. En lugar de quedarnos en la estadística, la mirada pedagógica del Padre Diego nos enseña a leer estos datos con ojos de fe y esperanza. Nos enseña que cada debilidad constituye también una oportunidad para resignificar el papel de la educación en clave de acompañamiento, resiliencia y construcción de sentido. La educación del futuro no se construye con tecnologías solamente, ni con planes de estudio más denso sino con confianza, empatía y acompañamiento humano. La IA y las nuevas metodologías serán valiosas en la medida en que estén al servicio de una pedagogía de la esperanza, enraizada en la dignidad de cada persona.

Por eso, ver el futuro con esperanza no es un acto ingenuo sino un acto profundamente educativo. Es decidir, como lo hizo y lo sigue haciendo el padre Diego Jaramillo, creer en la capacidad de los jóvenes para soñar más allá de sus miedos, para construir más allá de sus carencias, para transformar más allá de sus límites. El maestro no se cansa de mirar hacia adelante, de sembrar confianza, de recordar que cada estudiante lleva dentro una semilla de futuro. El legado del padre Diego Jaramillo Cuartas y su praxis pedagógica nos recuerda que el maestro no es únicamente transmisor de conocimiento, sino sembrador de esperanza. Como lo subraya el Pacto Educativo Global impulsado por el papa Francisco, educar implica situar a la persona en el centro del proceso, reconociendo su dignidad y acompañándola en su crecimiento integral (Francisco, 2019). Hoy, cuando tantas voces hablan de crisis, la educación tiene la responsabilidad de levantar la voz de la esperanza. Esa esperanza que no niega las dificultades, pero que las transforma en retos. Esa esperanza que, desde el corazón de un maestro, se convierte en la mayor lección que podemos heredar a las nuevas generaciones.

Siguiendo la inspiración del padre Diego Jaramillo, se trata de educar con la convicción de que cada joven lleva dentro una semilla de futuro, llamada a florecer cuando encuentra un maestro que cree en ella.

Artículo publicado originalmente en La República


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