En estos tiempos marcados por una corriente abrumadora de autoayuda, que casi a la fuerza ha pretendido llevarnos a la acera en la que podemos reconocer el poder que tenemos como individuos, las contradicciones son muchas.
En los semáforos vemos a vendedores informales, con impresiones piratas de libros cuya calidad no se corresponde con la de sus casas editoriales originales, que nos invitan una y otra vez a soñar, a creer, a declarar que lo imposible es posible y, en definitiva, a atraer todo lo maravilloso que el universo tiene guardado para nosotros, a pesar de nuestros auto-saboteos.
Y una buena parte de los que transitan ese camino se detiene, los compra, los lee, y los repite una y otra vez… Como si la cantidad de veces que sus palabras poderosas pasaran por su mente fueran suficiente para convertirse en testimonio de que la magia que describen existe.
Otra buena parte los ignora… O peor que eso, si pudiera borrar sus páginas, con todo y la escena del buhonero, lo haría de una sola pasada… No comprende, ni tolera siquiera, que “a estas alturas” haya gente que compra la idea de merecimiento en un libro pirateado que pretende ayudar a encontrar las respuestas “que están dentro de cada uno de nosotros”, y que un “comeflor” espera descubrir a la distancia antes que uno mismo.
Y mientras ambos se entretienen en el buhonero y en su oferta… Otros simplemente andan, descubriendo los caminos.
En medio de esa realidad, a la mitad de la calle, quiero parar el tráfico por un momento para decirles a todos con los que comparto el camino, que es verdad. Que la palabra tiene poder. Que el deseo profundo transforma los caminos. Que los sueños sí se materializan. Que no es tan romántico, que no es tan sencillo, que no es tan rápido, que no se aprende en ningún libro, que no llega solo por simple atracción, porque de hecho, no llega… Es uno el que arriba a donde el sueño transcurre y nos aguarda paciente.
Y si es así, si nos espera, si está allí sembrado, quiere decir que confía en nuestro poder para alcanzarlo. De lo contrario ya se hubiese ido a asomar en el alma de otro, que si quiera llegar a ese lugar que, teniendo tu nombre, solo espera ser reclamado por su dueño.
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