Una noticia, de alcance global, nos llegó por cuenta del Hindustan Times: Estados Unidos sobrepasó a Arabia Saudita y se convirtió en el segundo proveedor de petróleo para India. Las importaciones indias alcanzaron los 545.000 barriles por día y la potencia norteamericana disputa ahora con miembros de la Opep los lugares de privilegio en el suministro petrolero de la gran potencia emergente del sur de Asia con un 14 por ciento del total. Irak continúa como primer proveedor petrolero de India.
Vía intensificación de la explotación de sus reservas y utilización de la fracturación hidráulica, cuyas consecuencias siguen causando enormes debates, los Estados Unidos vuelven a ser grandes protagonistas en la oferta de hidrocarburos, mientras aceleran su transición hacia las energías renovables, aunque les cuesta mucho –tal como se ha evidenciado en la pandemia– modificar sensiblemente su estilo de vida hacia la producción y el consumo sostenibles.
El siglo XX dejó en claro que las ‘potencias declinantes’ no entran en bancarrota; por el contrario, como en el caso de Inglaterra, conservan un significativo peso específico en los asuntos globales. Las potencias derrotadas tienen poderosos vectores de resurgimiento, tal como se echa de ver en los casos de Turquía y Alemania, cada una en su hora.
Al parecer, los Estados Unidos tienen fuerzas para salir de la debacle populista volviendo por sus fueros asegurando una cierta declinación con dignidad y protagonismo, refrendando en escala global el aserto de las abuelas cuando afirmaban en discutible pedagogía subordinante: ¡cuidado, tiene más plata un rico cuando empobrece que un pobre cuando enriquece!
Guzmán Hennessey ha resumido en sesudos artículos la necesidad imperiosa de profundizar los esfuerzos para detener la catástrofe climática. Por eso el mundo viene colocando metas ambiciosas y Colombia debe honrarlas.
También debe integrarse a todas las formas educativas y de trasformación cultural y económica durante este ciclo, aclarando, como casi siempre es necesario hacerlo, que la descarbonización redunda en la mejora sostenible de un proceso hacia la competitividad integral y la cohesión social, y que descarbonización y recuperación pospandémica son alas de un mismo pájaro.
Y Colombia, por su condición de potencia en megadiversidad, debe jugar duro en el escenario multilateral cuando se trata de estos asuntos, tal como lo hizo en la definición de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
El siglo XXI será el de la descarbonización en sus distintos frentes. Eso es inexorable. Los grandes países conocen perfectamente la inescapable transición. La acometen con variados grados de compromiso, diferentes calendarios internos, modelos distintos de transformación energético-productiva, múltiples justificaciones, alegatos sobre las responsabilidades históricas, inversiones y desarrollos tecnológicos, diagramas cambiantes de matrices según la participación de las fuentes de energía en la composición por país, diversos discursos y éticas acomodaticias con diferentes grados de cinismo.
La transición energética global conocerá fases de aceleración por efecto de la conciencia acendrada de las nuevas generaciones, de las decisiones políticas y comerciales en relación con el proceso y, penosamente, por las manifestaciones climáticas críticas que serán pedagogía del dolor.
Mas también conoceremos vacilaciones por cuenta de transiciones energéticas que no son inmediatas ni fáciles, consultan la clásica contradicción entre intereses de corto y mediano plazo, y el viejo axioma de la política, dentro del cual táctica y estrategia hacen un par dialéctico frecuentemente contradictorio.
Hace poco menos de un lustro escribí un relato sobre el castismo en India, formó parte de una colección donde cada historia era un oxímoron, se tituló Muerte viviente. Tal podría ser una definición del ciclo histórico al cual estamos abocados. Y lo vamos a recorrer, particularmente en nuestros países latinoamericanos, con otro oxímoron al medio, haciendo ‘de tripas corazón’.
Cuando contemplamos la curiosa cartografía que se aparta de las superficies expresadas en kilómetros cuadrados para acordar las áreas por el tamaño de las reservas petroleras en cada caso, comprendemos la puesta en juego en términos de intereses y la labor que desarrollarán ‘los mercaderes de la duda’ y el capital petrolero para realizar en los mercados una parte importante de tales reservas en medio de la transición.
No hay duda, el mundo está ahora en plena transición desde las energías de origen fósil, altamente contaminantes, hacia las energías limpias y las fuentes no convencionales de energías renovables. Venturosamente, el desarrollo científico y tecnológico aporta continuamente alternativas que están encontrando de manera progresiva e intensa las correlaciones beneficio-costo que faciliten su masificación.
Lo anterior aplica en alto grado para el caso del carbón. Colombia ocupa un lugar intermedio en el ranking de productores, muy por debajo de China, E. U., India, Australia, Indonesia, Rusia y Suráfrica. No obstante, por razones de calidad llegó a ser el quinto exportador del mundo. De hecho, el carbón fue la segunda fuente de divisas por encima del café en Colombia. Ahora sus volúmenes han caído y el precio se desplomó. Glencore, uno de los líderes globales, renunció a los títulos mineros en nuestro país.
El margen de maniobra es estrecho en el caso del carbón y aunque las calidades por menor generación de cenizas y poder térmico del carbón colombiano pueden contribuir a mantener un nicho de mercado, será necesario hacer los cálculos en términos de contribución al empleo y al equilibrio externo versus la carga contaminante y una eventual generación de pérdidas operacionales que obligarían a un replanteamiento más rápido del sector.
Todo hace pensar que más temprano que tarde los puntales del sector externo de la economía colombiana deben variar con el fin de diversificar y modificar la oferta agrícola dando cabida a productos fundamentales en la nutrición como las leguminosas, añadiendo más valor e innovación, sostenibilidad y calidad a la producción manufacturera, reestructurando los servicios y descifrando nuevas rutas y productos para los mercados internacionales.
El cambio en las que han sido nuestras actividades más influyentes en la generación de divisas debe iniciarse ya. Nuestra matriz energética viene ajustándose en los últimos años, necesitamos celeridad en esa transformación productiva y organizacional. Ecopetrol está dando los primeros pasos. No podemos quedar entrampados en un formato superado por las tendencias que no dan lugar a dudas.
El estancamiento en nuestra oferta exportable llama también a un diálogo sincero con nuestro empresariado y los gremios, pues la oferta colombiana no muestra vigor aun cuando la tasa de cambio ha generado ventajas. Es hora de exigir mucho más a las instituciones de promoción de exportaciones e inversiones en los órdenes nacional, regional y local. Necesitamos más resultados, humildad y compromiso.
Es hora de construir una matriz energética sostenible y de introducir un elemento que detenga los inútiles debates entre protección y liberalización. La fórmula pasa por una variable que no practicamos con beligerancia, audacia y contundencia. Hoy es pieza irrenunciable en el comercio y la inversión internacionales: la reciprocidad.
Los extremos del espectro político no tienen ni la capacidad ni la independencia frente a intereses poderosos, para instrumentar la matriz energética de sustentabilidad y la real transformación productiva. Lo reflexivo, lo ciudadano, terminará imponiéndose.
Artículo publicado originalmente en El Tiempo
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