Hoy, algunos padres y madres creen que las vacaciones son ocio y vagancia. Pero la ciencia dice lo contrario: el aprendizaje no se detiene, simplemente se cambia de escenario y contexto. Deja el hemisferio izquierdo (el lógico, analítico, secuencial) y se pasa al derecho (el creativo, intuitivo, emocional, artístico, el que no necesita agenda). Y ahí es cuando aparecen aprendizajes que ningún libro enseña.
En lugar de contenidos curriculares, lo que se cultiva en estos períodos de "descanso" son competencias igual de esenciales para la vida: habilidades sociales, autonomía, creatividad, gestión emocional, resolución de conflictos, conciencia del tiempo, sentir el aburrimiento… un espacio desestructurado, sin objetivos definidos, sin evaluación ni presión externa, donde los niños pueden explorar el mundo a su manera, seguir su curiosidad, aprender a desaburrirse y encontrar formas propias de resolver problemas cotidianos.
De acuerdo con la neurociencia y la psicología del desarrollo llevan años demostrando que el descanso, el juego libre y la socialización entre iguales son fundamentales para el desarrollo cognitivo, social y emocional en la infancia y la adolescencia.
Ya viene la semana de receso, días de asueto solo para los estudiantes. Los padres ya planean esa “calamidad”, los jóvenes se ilusionan y, salvo los papás que deben seguir trabajando, todos se preguntan cómo sacarle jugo a estos días. Unos quieren enviar a sus hijos a visitar a la familia, los jóvenes están empecinados en visitar amores en otras ciudades, y los menos, padres, jóvenes y niños que solo tienen hemisferio izquierdo , ya tienen el horario para estar al día con las tareas.
Lo que los niños y jóvenes aprenden sin darse cuenta en esta semana de receso es, en realidad, la esencia de la vida:
- Negociar y convivir: En los planteles educativos, las interacciones están mediadas por normas y figuras adultas. En las vacaciones con hermanos, primos, vecinos o amigos–, los niños descubren la necesidad de negociar, acordar reglas, ceder, resistir y colaborar. Aprenden a convivir entre iguales, con conflictos, y con reconciliaciones.
- Manejar su tiempo y planear: Sin horarios rígidos, cuándo levantarse, cuánto dedicar al juego, al descanso, a ayudar en casa o simplemente a estar en su mundo. Esta flexibilidad es clave para desarrollar autonomía y planificación personal.
- Explorar sus gustos e intereses: Una tarde dibujando sus personajes favoritos, construyendo legos, hojeando libros o cómics, mirando hormigas, probando juegos de mesa o haciendo el plan de preparar el desayuno o comida con los abuelos. Aprenderán con amor y curiosidad descubriendo cada día algo nuevo disfrutando de sabores y éxitos en cada preparación.
- Crear: Pensar en mundos imaginarios, historias improvisadas, cabañas de sábanas… Nada como descubrir que con tres sillas y una cobija se puede armar el castillo más sólido para defender lo más querido.
- Romper el status quo: Cuando aparece el tradicional “me aburro”. El aburrimiento no es tragedia: es motor. Obliga a activar los recursos internos. Y de allí nacen juegos nuevos, inventos temerarios, descubrimientos inolvidables o hasta una coreografía con el perro de la casa.
- Conectar con su mundo: Hay tiempo para sentir, pensar y hablar sobre lo que les pasa. El no horario abre un espacio para los sentimientos, dudas y emociones. De una conversación trivial pueden surgir preguntas, miedos, sueños o alegrías. Y quienes tuvimos niñez y familia lo sabemos: en vacaciones se crece y se consolidan valores y principios.
- Valorar la familia: Con el ejemplo de otros adultos referentes. En vacaciones, los niños se deben relacionar con tíos, abuelos que modelan formas de hablar, de actuar, de resolver problemas. Estos vínculos amplían su red de afectos y les dan un sentido de pertenencia filial y moral más allá de su círculo inmediato.
Artículo publicado originalmente en La República
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